Juega Rugby
Decía algún monje irlandés, que los niños debían de jugar al rugby para conocer el esfuerzo y el sufrimiento del trabajo en equipo; respetar la autoridad; crecer bajo la aceptación; valorar el silencio; y sobre todo, lo que cuesta ganar un metro en la vida y lo fácil que es perderlo por no saber callar.

En contraposición está ese deporte de divos engominados que es el fútbol; desgraciadamente plagado de muchos malcriados; donde el árbitro es un pelele insultado y zarandeado. Razón por la que les invito a ver la educación exquisita con la que un delantero de un equipo de rugby [que no pesa menos de cien kilos] se dirige al señor colegiado; siempre de usted; y con un respeto sepulcral por la autoridad.
En el rugby a veces se lía una buena; pero al menos no se finge. En el rugby no se busca engañar al árbitro; en el rugby el ganador hace un pasillo y agradece el esfuerzo del perdedor; en el rugby, el local está obligado a invitar a comer y beber al visitante; en el rugby no hay gritos al árbitro; en resumidas cuentas, un ejercicio centenario donde se ensalzan esos vocablos que hoy en día en desuso han caído: educación, esfuerzo, respeto, silencio, trabajo, dedicación, y sobre todo, mucha humildad.
Humildad con hache mayúscula, como los postes del rugby.